Joker: comedia y violencia en tiempos hipersensibles

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A mes y medio de su estreno mundial, los ríos de tinta que se han vertido sobre Joker (Todd Phillips, 2019), casi no tienen paralelismos en tiempos recientes. Sin embargo, a pesar de todo lo dicho, hay un aspecto no muy tratado: el comentario que este film hace sobre la ficción y la comedia en el actual contexto sociocultural, marcado por la tendencia de la opinión pública hacia la extrema corrección política y la evitación de contenidos ambiguos, amorales o problemáticos.

Joker  no es una comedia en el sentido estricto de la palabra. Como otros productos de la postmodernidad, en ella encontramos la remezcla de muchos elementos: referencias a cosas en apariencia tan dispares como el New Hollywood de los años 70, el thriller de suspenso, el musical, el film noir y, por supuesto, la comedia. Es, además, una película que reflexiona y critica mordazmente la forma como el público y los medios entienden la ficción. Como toda buena película, esta crítica es deliberada y las motivaciones de la misma podemos hallarlas en la propia carrera de su director.

Como muchos saben, la filmografía “pre Joker” de Todd Phillips tiene como punto notable la trilogía de Hangover. Comedias efectivas, sin mayor pretensión, que calaron muy bien en las audiencias masivas e incluso han desarrollado cierto estatus de culto dentro del género en el siglo XXI. A primera vista, la transición del Phillips-director-de-comedias al Phillips-autor-aclamado-en-Venecia parece, por decir lo menos, sorpresiva. La pregunta, entonces, es casi obligatoria: ¿qué lo llevó a  producir, de un momento a otro, una obra tan oscura y problemática? Miremos dentro del film.

 

Joker: comedia y violencia en tiempos hipersensibles

Por – Emilio Quintero

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Arthur Fleck es un individuo que padece de una severa condición que le produce ataques de risa incontrolables como respuesta a situaciones de estrés. Esto, junto a otros problemas conductuales, le impide tener una vida normal, por lo que lleva una existencia recluida en un miserable apartamento, cuidando de su madre enferma, en los ratos libres que le deja su precario trabajo como payaso.

El único elemento que parece llenar la vida de Arthur son sus pretensiones de volverse cómico de stand up. A menudo escribe profusamente en un diario las diferentes observaciones y chistes que nutren su rutina. Incluso asiste a un local llamado Pogo’s (un guiño a John Wayne Gacy, payaso/asesino serial de la vida real), en el que suelen presentarse noches de micrófono abierto con comediantes aficionados.

Los esfuerzos de Arthur por sobresalir, sin embargo, chocan de forma continuada con abusos a todos los niveles. Con desconocidos en la calle, con sus compañeros de trabajo y con su propia madre, que llega a decirle, sin ningún tipo de tacto, que para ser comediante “tendría que ser gracioso”. La gota que derrama el vaso llega cuando Murray Franklin (Robert De Niro), comediante y presentador de TV a quien Arthur idolatra, presenta en su show un clip de una actuación de Arthur en  Pogo’s, con el único fin de burlarse de su torpeza y la poca efectividad de su acto.

Es cierto que muchos otros elementos, como la incertidumbre acerca de si su origen está relacionado con Thomas Wayne (el millonario padre de Bruce, futuro Batman), son los que, en conjunto, disparan la locura homicida de Arthur. Pero la indignación que le produce la incomprensión de su “arte” tiene gran peso y esto se hace patente en la escena cuando, ya casi convertido en Joker, asiste invitado al show de Murray. Ahí recrimina febrilmente a la sociedad por sentirse superior para decidir “lo que es gracioso y lo que no” y  a Murray por haberlo invitado al show solo para burlarse de él y de su rutina.

 

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Es irresistible la tentación de ubicar al autor en el lugar de Arthur (¿author-Arthur?), cuando hace estos señalamientos. Una sociedad en la que las opiniones, muchas veces amparadas por el anonimato de Internet, se creen con la suficiente autoridad para descalificar, sin argumentos, propuestas artísticas que no se ajusten al canon del momento. Una sociedad en la que la ficción pareciera estar condenada a desaparecer, víctima de una cultura del reality show que parece no tolerar (amén de desconocer) conceptos estéticos como la mímesis o la imitación  de la naturaleza como objetivo fundamental del arte.

En el argot estadounidense de la comedia stand up, “to kill” (asesinar) equivale a hacer una actuación impecable, magnífica. Que genera una respuesta extasiada de la audiencia. Es el ideal, el objetivo que todos persiguen con sus actos y rutinas. Cualquier comediante diría, luego de una gran actuación, “los asesiné” (I just killed them), refiriéndose a la reacción favorable que produjo en el público.

En Joker la violencia es una expresión metafórica del arte. Es un autor hablando a través de un personaje sobre un arte que la sociedad ya no parece tolerar. Todd Phillips y un inmenso Joaquin Phoenix hacen una brillante declaración sobre la comedia sin entrar directamente en la clave de la comedia, con una coherencia interna y una precisión narrativa que parecen mecanismos de relojería. O de bomba de tiempo, porque esta es una película que te explota en las manos, como si se tratara de una broma preparada por el mismo payaso psicópata. Esta obra memorable es, en definitiva, el film que haría el propio Joker si fuese cineasta.

 

Joker

EEUU, 2019

Director: Todd Phillips

 

 

 

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